Francisco Socas desentraña en un libro la vida y obra de Séneca
El profesor sevillano publica 'Séneca. Cortesano y hombre de letras', texto con el que ganó el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos de este año
BLAS FERNÁNDEZ / SEVILLA | ACTUALIZADO 22.10.2008 - 05:00"El alfabeto es el gran invento, la máquina del tiempo, pero en una sola dirección: oímos a los antiguos, aunque no podemos hablarles. Gracias al alfabeto, Séneca vive y le habla al hombre de hoy", dice el profesor Francisco Socas, ganador del Premio Manuel Álvar de Estudios Humanísticos 2008 con Séneca. Cortesano y hombre de letras (Fundación José Manuel Lara).
De Lucio Anneo Séneca (4 a.C.-65 d.C.) es de quien Socas le habla al lector de hoy, a quien le propone tanto un proceso de descubrimiento de la vida y obra del filósofo, nacido en la Corduba romana, como un ejercicio de desmitificación de algunas consideraciones insostenibles reiteradas a lo largo del tiempo. Entre éstas destaca el autor la reivindicación nacionalista amparada en su ascendencia hispánica, argumentada antaño por plumas como la de Ángel Ganivet, Marcelino Menéndez Pelayo y José Bergamín. "La globalización ya la hizo Roma. Si tributas, eres romano, y Séneca es un romano. La separación entre libres y esclavos es tremenda, pero no tienen importancia alguna el lugar de origen y la raza. En la antigüedad no hay racismo", explica Socas.
En este sentido, recuerda que emigró a Roma junto a su familia siendo aún un niño, "probablemente con dos o tres años", y que no volvió nunca. En la capital del imperio, y convenientemente entrenado en las artes de la oratoria, emprendería una carrera política que lo llevaría a convertirse en uno de los personajes más relevantes de su tiempo, aunque sujeto siempre a los vaivenes provocados por las intrigas romanas.
Un choque con Calígula casi le cuesta la vida; luego Claudio lo manda al exilio en Córcega, donde pasará ocho atemorizados años. Cuando vuelve gracias al favor de Agripina, segunda esposa de Claudio, lo hace como preceptor de Nerón, hijo de un anterior matrimonio de ésta. A la muerte del emperador, "Nerón y Séneca lo controlan todo", dice Socas. Sin embargo, acaba perdiendo el favor de éste, que será quien firme su sentencia de muerte.
"Como intelectual político Séneca sólo es comparable a Cicerón, pero le gana, porque además es poeta. Cicerón también lo intentó, pero era muy malo", considera el autor, profesor de Lenguas Clásicas en la Universidad de Sevilla. Socas señala además que con él acaba el largo periodo dominado por el modelo de escritura de Cicerón. "Séneca impone la frase breve, corta, brillante. Fue una revolución y a la larga triunfó, porque nuestro estilo de escritura es más senequista que ciceroniano", afirma.
Es ahí donde reside la capital influencia de su obra, "que no es muy extensa, no va más allá de una novela larga como el Quijote o, hablando para el hombre de hoy, Los pilares de la tierra", ironiza el autor. De ésta recomienda la lectura de "Las tragedias y las Cartas. En éstas últimas inventa el ensayo moderno. Hasta Montaigne reconoce su influencia. En las Cartas habla de lo que quiere y como quiere". De las primeras señala que "sin ellas no se podría entender a Shakespeare" y añade que "nuestra actual literatura es tan trivial y prosaica que cuando Las tragedias nos ponen delante los grandes conflictos del hombre lo hace con un lenguaje que realmente nos emociona".
Para el final del volumen guarda Socas un Pequeño alfabeto de sabiduria, una colección de frases extraídas de sus textos. "Séneca nunca escribió un libro de sentencias, pero era un hombre sentencioso", apunta del objeto de su análisis, a quien describe como un hombre deportivo y amante del buen vino, y a quien, pese a reconocerle "una enorme ambición política", define con los atributos de la honestidad. "Como el estoico que era, creía en la necesidad de hacer el bien entre aquellos que tenía cerca", concluye.
De Lucio Anneo Séneca (4 a.C.-65 d.C.) es de quien Socas le habla al lector de hoy, a quien le propone tanto un proceso de descubrimiento de la vida y obra del filósofo, nacido en la Corduba romana, como un ejercicio de desmitificación de algunas consideraciones insostenibles reiteradas a lo largo del tiempo. Entre éstas destaca el autor la reivindicación nacionalista amparada en su ascendencia hispánica, argumentada antaño por plumas como la de Ángel Ganivet, Marcelino Menéndez Pelayo y José Bergamín. "La globalización ya la hizo Roma. Si tributas, eres romano, y Séneca es un romano. La separación entre libres y esclavos es tremenda, pero no tienen importancia alguna el lugar de origen y la raza. En la antigüedad no hay racismo", explica Socas.
En este sentido, recuerda que emigró a Roma junto a su familia siendo aún un niño, "probablemente con dos o tres años", y que no volvió nunca. En la capital del imperio, y convenientemente entrenado en las artes de la oratoria, emprendería una carrera política que lo llevaría a convertirse en uno de los personajes más relevantes de su tiempo, aunque sujeto siempre a los vaivenes provocados por las intrigas romanas.
Un choque con Calígula casi le cuesta la vida; luego Claudio lo manda al exilio en Córcega, donde pasará ocho atemorizados años. Cuando vuelve gracias al favor de Agripina, segunda esposa de Claudio, lo hace como preceptor de Nerón, hijo de un anterior matrimonio de ésta. A la muerte del emperador, "Nerón y Séneca lo controlan todo", dice Socas. Sin embargo, acaba perdiendo el favor de éste, que será quien firme su sentencia de muerte.
"Como intelectual político Séneca sólo es comparable a Cicerón, pero le gana, porque además es poeta. Cicerón también lo intentó, pero era muy malo", considera el autor, profesor de Lenguas Clásicas en la Universidad de Sevilla. Socas señala además que con él acaba el largo periodo dominado por el modelo de escritura de Cicerón. "Séneca impone la frase breve, corta, brillante. Fue una revolución y a la larga triunfó, porque nuestro estilo de escritura es más senequista que ciceroniano", afirma.
Es ahí donde reside la capital influencia de su obra, "que no es muy extensa, no va más allá de una novela larga como el Quijote o, hablando para el hombre de hoy, Los pilares de la tierra", ironiza el autor. De ésta recomienda la lectura de "Las tragedias y las Cartas. En éstas últimas inventa el ensayo moderno. Hasta Montaigne reconoce su influencia. En las Cartas habla de lo que quiere y como quiere". De las primeras señala que "sin ellas no se podría entender a Shakespeare" y añade que "nuestra actual literatura es tan trivial y prosaica que cuando Las tragedias nos ponen delante los grandes conflictos del hombre lo hace con un lenguaje que realmente nos emociona".
Para el final del volumen guarda Socas un Pequeño alfabeto de sabiduria, una colección de frases extraídas de sus textos. "Séneca nunca escribió un libro de sentencias, pero era un hombre sentencioso", apunta del objeto de su análisis, a quien describe como un hombre deportivo y amante del buen vino, y a quien, pese a reconocerle "una enorme ambición política", define con los atributos de la honestidad. "Como el estoico que era, creía en la necesidad de hacer el bien entre aquellos que tenía cerca", concluye.
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en RSE de la ONU
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