Resulta lógico pensar que los cambios de gabinete han devenido tempranamente en un recurso relativamente agotado para afrontar otras crisis, particularmente en lo que respecta a impacto público y a su eficacia para reponer confianzas políticas y sociales. Ese es un asunto delicado.
Antonio Cortés Terzi, director ejecutivo del Centro de Estudios Sociales Avance
Políticamente, en dimensión de la política-real, la Presidenta Michelle Bachelet ha sido la más afectada por la crisis política y social que desató el Plan Transantiago. Con el cambio de gabinete no superará de por sí ese estado de cosas. Más aún: si bien la instala en una posición más expectante, también la pone en situaciones más delicadas.
Si se considera que fue el segundo cambio de gabinete en un año (o sea, tres elencos ministeriales en los últimos doce meses) y si se considera que ambos han incluido a integrantes del equipo político (es decir, no han sido de importancia menor), resulta lógico pensar que los cambios de gabinete han devenido de modo temprano en un recurso relativamente agotado para afrontar otras crisis, en particular en lo que respecta a impacto público y a su eficacia para reponer las confianzas políticas y sociales. Ése es un asunto delicado.
Por otra parte, el contexto en el que la Primera Mandataria dio el discurso anunciando el nuevo gabinete, sus palabras de reconocimiento de errores y de petición de disculpas, sumadas a las apelaciones a la comprensión de la ciudadanía, hacen posible que este texto sea leído o percibido por el público como una solicitud para que se le conceda otra oportunidad. Y que tal planteamiento se haga recién cumplido un año de gestión, refleja a todas luces una situación delicada.
En definitiva, el cambio de gabinete y su puesta en escena son síntomas de lo afectada que está políticamente la Presidenta Bachelet.
Cuando se habla aquí de afectación política se está hablando de política en rigor, de política-poder, de política-historia, de política-trascendente y no en el sentido restrictivo en boga que la reduce a cuestiones comunicacionales (más bien publicitarias) y de popularidad, a formalidades y ritualidades, etc.
Por ejemplo, la Jefa de Estado podría recuperar índices satisfactorios de popularidad, pese a los costos que le ha implicado el Transantiago. Indicadores que podrían venir de adhesiones pasivas, de emocionalidades solidarias, de respeto a la investidura de la primera mujer Presidenta de nuestro país, etc.; pero, en términos de política-real, representarían no mucho más que el peso muerto de los números, sin traducciones a dimensiones de política-poder coherentes a los requeridos por el proyecto-Bachelet.
Podría pensarse, por otra parte, que el mejoramiento del Transantiago, merced a los cambios ministeriales, debería redundar en un refortalecimiento del liderazgo y el poder real de la Presidenta Bachelet. Pero este supuesto tiene, por ahora, sus bemoles. Incluso en la hipótesis de un mejoramiento más o menos célere, existe un par de puntos para reflexionar.
Primero, no se sabe todavía cuán estructuralmente lesionada está ya la figura de la Presidenta -en las percepciones populares y elitarias- en materia de aptitudes y confianzas. Y, segundo, tampoco se sabe todavía si el debilitamiento político ya sufrido le permitirá a la Mandataria sostener un estilo y diseño de Gobierno que obedezca a sus visiones o si la impelerá a la adopción de otro estilo y diseño, de consecuencias políticas y comunicacionales ignoradas.
Y el asunto del estilo y diseño vuelve a cobrar importancia capital. Estos dos conceptos de Gobierno seguidos por la Presidenta se han fraguado en un liderazgo tímido que han ejercitado tanto ella como sus principales ministros. Tipo de liderazgo que no está exento de responsabilidades en lo ocurrido con el plan Transantiago. En consecuencia, son cuestiones que deben ser revisadas, como de hecho está sucediendo.
El proyecto-Bachelet, que por auto-definición tiene como impronta la innovación, requiere de estilos y diseños novedosos de gobernar, porque de lo contrario arriesga entramparse en las inercias o conservadurismos legados por el tradicionalismo concertacionista. Pero, de manera simultánea, necesita de formas de liderazgos audaces y enérgicos, idóneos a los propósitos innovadores. El diseño y estilo utilizado hasta ahora no ha configurado esas formas de liderazgo.
Y ahí comienza el drama: debilitada como se encuentra, ¿podrá la Presidenta reconstruir un diseño y estilo alejado del conservadurismo, que le sea propio y natural y que le facilite la práctica de un liderazgo fuerte y funcional a su proyecto innovador? Si por voluntad o debilidad política no emprendiera esas modificaciones, entonces la persistencia de los estilos y diseños que han regido hasta hoy y que se plasman en liderazgos tímidos podrían reducir el proyecto-Bachelet a un proyecto modesto y azaroso. Podría significar el definitivo fin del fenómeno Bachelet y el comienzo oficial del simple cuarto gobierno de una gastada Concertación.
Publicado POR LA NACIÓN con autorización del Centro de Estudios Sociales Avance (www.centroavance.cl)
RODRIGO GONZALEZ FERNANDEZ
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