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miércoles, junio 04, 2014

AXEL KAISER : SOBRE LA LIBERTAD

Columna de Axel Kaiser: Sobre la libertad
martes, 03 de junio de 2014 
Director ejecutivo Fundación para el Progreso

Axel Kaiser
Resulta imposible entender el gran debate que se está dando hoy en Chile sin hacerse cargo de sus fundamentos ideológicos, y más específicamente sobre la idea de libertad que anima a quienes promueven una mayor intervención y control del Estado sobre la vida de los chilenos.
La tradición intelectual liberal de origen anglosajón, que inspiró en buena medida el sistema económico que existe en Chile desde la década de los 70, entiende la libertad como el derecho que asiste a cada persona a perseguir sus fines disponiendo de lo que le es propio. Ser libre en la tradición liberal clásica consiste en no encontrarse sujeto a una voluntad ajena y en no verse privado de su propiedad para satisfacer fines o necesidades ajenas. La libertad en este contexto es un concepto social, pues se refiere siempre a una relación entre personas. Usted es libre mientras otro no le imponga por la fuerza un curso de acción que no ha elegido. Obligarlo a no fumar, a hacer ejercicio, a no consumir drogas, y cosas por el estilo, implica, por tanto, una agresión a su libertad. La libertad, entonces, se opone a la idea de poder entendido como la capacidad que tiene una persona o grupo de personas de imponer a otros su voluntad por la fuerza. 

El Estado, que, como diría Max Weber, es esa agrupación de personas que reclaman con éxito para sí el legítimo ejercicio de la violencia sobre los demás miembros de la comunidad, se convierte para los liberales en el garante de la libertad en la medida en que protege a cada individuo en sus derechos fundamentales. Esa es la justificación de que detente el monopolio de la fuerza. Pero, al mismo tiempo, es también la principal fuente de amenaza a nuestra libertad, pues al concentrar el monopolio de la violencia, el grupo que controla el Estado puede fácilmente obligarnos a seguir cursos de acción que no son los que nos hemos dado y, aun más, puede disponer de nuestras vidas y propiedad sin que podamos resistirnos. Los campos de concentración, las guerras y abusos sistemáticos han sido por regla general obra de los estados, o, mejor dicho, de las personas que controlan la maquinaria estatal. De ahí que sea fundamental contar con límites al poder político, función que suelen cumplir las constituciones y, por cierto, también el mercado como espacio que permite una activa oposición y fiscalización de los gobernantes. Y es que, como dijo Trotsky, en un país en que el Estado controla todas las fuentes de trabajo, el disenso significa la muerte por inanición. 

Pero hay otra visión de libertad que cree que esta consiste en tener el poder efectivo de cumplir los fines que una persona se ha propuesto. La libertad aquí ya no es un concepto estrictamente social, pues no consiste en estar libre de la coacción de otro, sino estar exento de sujeción a necesidades de materiales. Los pobres, en esta lógica, no pueden ser libres realmente, y están determinados para siempre a permanecer en la condición de pobres, salvo que los gobernantes los saquen de ahí. Si bien es cierto esta idea es históricamente falsa, sus implicancias filosóficas son aún más preocupantes. Pues el Estado —es decir, quienes gobiernan— necesariamente debe convertirse en satisfactor de necesidades ajenas si han de promover la libertad, lo cual conduce inevitablemente a la redistribución de riqueza mediante la coacción estatal.

Así, de pasar a garantizar los derechos de las personas protegiéndolas de la agresión de terceros, el poder político se convierte en el agresor de esos derechos bajo el argumento de asegurar la libertad y bienestar. Para esta concepción que entiende la libertad como poder efectivo de alcanzar un fin que alguien se ha propuesto, el Estado no se limita a proteger la libertad, sino que es la fuente creadora de la libertad. De ahí que los proyectos de izquierda se hayan siempre fundado en la idea de que la libertad del hombre se consigue haciendo crecer el poder que los gobernantes tienen sobre los individuos. Esta tradición, como se advierte, asume que las personas son incapaces de elegir su destino sin la tutela del gobernante, el que supuestamente sabe mejor que los ciudadanos cuál es su bien. Como diría el ministro Eyzaguirre, la mayoría de la gente no es lo suficientemente inteligente para elegir el colegio de sus hijos, por lo tanto, la autoridad debe elegirlo por ellos e imponerles por la fuerza esa elección. 

Los liberales, en cambio, confiamos en los individuos y su capacidad de elegir y creemos en la vieja advertencia de Henry David Thoreau, quien afirmara con gran lucidez que si él supiera con absoluta certeza que una persona se dirige hacia su casa con el expreso propósito de hacerle el bien, correría por salvar su vida.
Fuente:EMOL

Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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Thomas Piketty El capital en el siglo XXI

El capital en el siglo XXI

POR EGUZKI URTEAGA - Martes, 3 de Junio de 2014 - Actualizado a las 05:38h

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El último libro del economista Thomas Piketty, titulado Le capital au XXIème siècle (El capital en el siglo XXI), ha suscitado el entusiasmo del mundo académico, hasta el punto de que el Premio Nobel de Economía Paul Krugman lo haya considerado como uno de los mejores libros de economía de los últimos diez años, y cierta polémica en la esfera mediática y política. Es preciso recordar que Piketty es uno de los economistas europeos más precoces y brillantes de su generación como da cuenta de ello tanto su obra como su trayectoria académica. A lo largo de estos años ha dedicado la mayor parte de sus investigaciones y reflexiones a la dinámica histórica de la renta y del patrimonio, sabiendo que buena parte de estas investigaciones han sido llevadas a cabo en colaboración, especialmente con Anthony Atkinson y Emmanuel Saez.

En Le capital au XXIème siècle, el joven economista galo intenta analizar la dinámica del reparto de la riqueza a nivel mundial, tanto dentro de cada país como entre países, desde el siglo XVIII hasta hoy en día. Presta una atención particular al caso francés, básicamente por la antigüedad, variedad y accesibilidad de las fuentes. De hecho, la Revolución francesa ha puesto en marcha un incomparable observatorio de las fortunas: el sistema de registro del patrimonio terrenal e inmobiliario instaurado en los años 1790-1800 es especialmente moderno y universal por la época y explica por qué las fuentes sucesorias francesas son especialmente ricas.

Piketty constata que el reparto de la riqueza constituye una de las cuestiones más debatidas actualmente aunque nuestro conocimiento sobre su evolución a largo plazo sea limitado. Este economista se pregunta en su libro si ¿la dinámica de la acumulación de capital privado conduce inevitablemente a la concentración cada vez superior de la riqueza y del poder entre las manos de algunos o las fuerzas reequilibrantes del crecimiento, de la competencia y del avance técnico conducen espontáneamente a la reducción de las desigualdades y a una estabilización en las fases más avanzadas del desarrollo? A lo largo de las 976 páginas que componen su libro, Piketty intenta contestar a la siguiente pregunta: ¿qué sabemos realmente sobre la evolución de la distribución de la renta y del patrimonio desde el siglo XVIII, y qué lecciones podemos extraer de ello para el siglo XXI?

Aun reconociendo que sus respuestas son imperfectas e incompletas, subraya que su estudio se basa en datos históricos y comparativos mucho más extensos que todos los trabajos realizados anteriormente y sobre un marco teórico renovado que permite mejorar nuestra comprensión de las tendencias y mecanismos vigentes. Defiende la hipótesis según la cual, a partir del momento en qué la tasa de beneficio del capital supera duraderamente la tasa de crecimiento de la producción y de la renta, lo que era el caso en el siglo XVIII y que corre el riesgo de serlo en el siglo XXI, el capitalismo produce mecánicamente unas desigualdades que cuestionan los valores meritocráticos sobre los cuales se fundamentan las sociedades democráticas.

Para demostrar su tesis, el economista galo recurre a dos tipos de fuentes: las que aluden a la renta y a la desigualdad de su distribución, y las que se refieren al patrimonio, a su reparto y al vínculo que mantienen con la renta. En el primer caso, su labor ha consistido en extender a una escala espacial y temporal superior el trabajo novedoso y pionero de Kuznets (1953) que medía la evolución de las desigualdades de renta en Estados Unidos de 1913 a 1948. Esta extensión permite poner en perspectiva las evoluciones constatadas por Kuznets y conduce a cuestionar el vínculo optimista que establece entre desarrollo económico y reparto de la riqueza. Ha intentado utilizar las mismas fuentes, los mismos métodos y los mismos conceptos para todos los países estudiados. En el segundo caso, ha reunido todos los datos disponibles sobre el patrimonio, su reparto y la relación que mantienen con la renta, sabiendo que el patrimonio juega un papel importante sobre la renta a través de la renta del patrimonio. En ese sentido, los datos de la WTID ofrecen mucha información sobre la evolución de las rentas del capital a lo largo del siglo XX.

Sobre la base de estos datos, Pïketty extrae dos conclusiones fundamentales. Por una parte, considera que es preciso desconfiar de cualquier determinante económico en esta materia, ya que la historia del reparto de la riqueza es siempre una historia profundamente política y no puede resumirse a mecanismos meramente económicos. Especialmente, la reducción de las desigualdades observadas en los países desarrollados entre los años 1900- 1910 y 1950-1960 es ante todo el producto de las guerras y de las políticas públicas implementadas tras estos dramas. Asimismo, el incremento de las desigualdades desde los años 1970-1980 resulta en gran medida de los cambios políticos acontecidos a lo largo de las últimas décadas, sobre todo en materia fiscal y financiera. Por otra parte, el economista galo estima que la dinámica del reparto de la riqueza pone en juego a poderosos mecanismos que empujan alternativamente hacia la convergencia o hacia la divergencia, y que no existe ningún proceso natural y espontáneo que permite evitar que las tendencias desestabilizadoras y fuentes de desigualdades se impongan duraderamente.

Pero, Piketty amplía su reflexión a la ciencia económica dado que considera que la disciplina económica está prisionera de su pasión por las matemáticas y las especulaciones teóricas e incluso ideológicas, en detrimento de la investigación histórica y de la aproximación a las demás ciencias sociales. Estima que a menudo los economistas están ante todo preocupados por problemas matemáticos que solo les interesan a ellos mismos, lo que les permite dar una apariencia de cientificidad y evitar contestar a preguntas mucho más complejas provenientes de la sociedad que los rodea. A ese respecto, observa una diferencia entre Estados Unidos y Europa donde los economistas no gozan del mismo prestigio y se ven obligados a abrirse a otras disciplinas y a la sociedad.

Piketty considera que los economistas no deben esforzarse en alejarse de las demás ciencias sociales y la ciencia económica solo podrá desarrollarse gracias a un diálogo fructífero con ellas. Observa que numerosos economistas desconocen buena parte de la producción científica en sociología, historia o antropología, lo que les ha llevado a no prestar la atención suficiente a la dinámica histórica del reparto de la riqueza y la estructura de clases. Estima que conviene ser pragmático y movilizar métodos y enfoques provenientes de otras disciplinas, en lugar de limitarse a las perspectivas estrictamente económicas. Subraya que su trabajo ha consistido inicialmente en reunir fuentes y en establecer hechos históricos sobre el reparto de la renta y del patrimonio, antes de recurrir a teorías, modelos y conceptos abstractos, pero intenta hacerlo con parsimonia, es decir únicamente en la medida en que la teoría permite una mejor comprensión de las evoluciones estudiadas.

En definitiva, Le capital au XXIème siècle es una obra documentada, sólida, ambiciosa e innovadora: documentada por la variedad y amplitud de los datos movilizados; sólida por el rigor científico de la demostración, de la utilización de datos y de su comparación; ambiciosa por la amplitud temporal (desde el siglo XVIII hasta la actualidad) y geográfica (la totalidad del planeta) del estudio; e innovadora tanto por la problemática planteada como por las hipótesis y posteriormente conclusiones formuladas. Está llamado a ser una de las obras de referencia en la economía política en general y en la evolución del reparto de la renta y del patrimonio en particular. Confirma las expectativas generadas por las obras anteriores y por la trayectoria académica de Piketty, y será, sin lugar a dudas, uno de los mejores economistas de los próximos años a nivel mundial. En este sentido, antes de polemizar interesadamente sobre su último libro, es preciso leerlo y extraer las conclusiones pertinentes que contiene.

Fuente:

Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU
Diplomado en Gerencia en Administracion Publica ONU
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