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domingo, septiembre 10, 2006

¿EL CORRUPTO NACE O SE HACE ?

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Mario Diament
Crónicas norteamericanas
 

¿El corrupto nace o se hace?

 

 
 

MIAMI.- Es un hecho comprobado que uno de los principales obstáculos para el desarrollo económico y la armonía social de las naciones es la corrupción y lo es, también, el que algunos países o sociedades son percibidas como más corruptas que otras.

Organizaciones como Transparencia Internacional (TI) confeccionan rankings anuales de los países más corruptos tomando como base una serie de parámetros, aunque siempre se trata de aproximaciones a la realidad y nunca de una ciencia exacta.

Pero ¿qué es lo que engendra la corrupción? ¿Se trata de una característica nacional, de un comportamiento cultural, o es la respuesta a condiciones sociales y políticas existentes? En otras palabras, ¿el corrupto nace o se hace?

Si fuera posible reunir a gente de todo el mundo en un entorno donde le fuera posible violar las leyes sin consecuencias, tal vez sería dable estudiar cómo diferentes culturas practican sus principios éticos.

Esto es lo que se plantearon los economistas Ray Fisman, de la Universidad de Columbia, y Edward Miguel, de la Universidad de California en Berkeley, cuando se aplicaron a estudiar un fenómeno que reunía todas las características deseadas: el estacionamiento de miles de diplomáticos de las Naciones Unidas en Nueva York y los esfuerzos del Departamento de Tránsito de la ciudad por cobrarles las infracciones.

Aquí se daba la privilegiada circunstancia de tener a funcionarios de 146 países en un mismo espacio geográfico, con la posibilidad de violar impunemente todas las leyes de tránsito en virtud de su inmunidad diplomática y de una dependencia municipal que procedía a registrar prolijamente las infracciones.

Según los autores, si por corrupción se entiende "el abuso de un poder conferido en beneficio propio", el estacionar ilegalmente corresponde a esta definición. En consecuencia, concluyen, la comparación de las infracciones al estacionamiento cometidas por diplomáticos sirven como una medida plausible de la "cultura de corrupción" de los infractores.

Entre 1997 y 2002, los diplomáticos acumularon 150.000 boletas impagas en Nueva York, por un total de 18 millones de dólares. La infracción más común era estacionarse en un lugar señalado como zona de carga y descarga. Las restantes se repartían entre estacionamiento junto a parquímetros vencidos y estacionamiento en doble fila.

El estudio tomó en cuenta el nivel de corrupción del país de origen de acuerdo con TI, el sentimiento antinorteamericano imperante, basado en una encuesta del Centro Pew y otras variables que pueden afectar el incentivo a respetar las leyes locales.

Una de las conclusiones es que las normas culturales referidas a la corrupción son bastante persistentes: a miles de kilómetros, los diplomáticos se comportan igual que en sus países. La otra es la relación entre la opinión prevaleciente en el país de origen respecto de los Estados Unidos y el comportamiento del diplomático: cuanto mayor es el resentimiento, más abundantes son las infracciones.

Finalmente, se daba una gran afinidad entre la posición de los países en el ranking de corrupción de TI y el volumen de infracciones cometidas por sus diplomáticos. Chad y Bangladesh, por ejemplo, habitualmente en los primeros puestos del ranking, acumularon 2500 boletas en ocho años, a pesar de que su personal es ínfimo. En el mismo período, los países escandinavos, con mucho más personal, tuvieron 12.

Los tres primeros países en la lista de infractores son Kuwait, Egipto y Chad. El primer país europeo es Bulgaria, en el quinto puesto, y el primer latinoamericano es Brasil, en el puesto 29. Lo siguen Chile (41°) y Paraguay (49°), aunque Chile tiene 14 personas y Paraguay, 6. La Argentina ocupa el lugar 92, con una representación de 19 personas.

También hay un epílogo de la historia: el Departamento de Tránsito descubrió que, si bien los diplomáticos tenían inmunidad, ésta no se extendía a sus autos y que cuando los encontraban mal estacionados, recurrían a la grúa.

Por Mario Diament

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