En manos de los partidos
EN EL FILO
VALENTÍ PUIG
LA INDIGESTIÓN ideológica impide la permeabilidad de los partidos políticos a la hora de absorber ideas nuevas. Crece su apatía paquidérmica cuando más falta les hace la agilidad de adaptación. Se confían al «apparatchik» -siempre necesario- cuando la prioridad son las estrategias claras. La sociedad necesitaría confiar más en sus partidos políticos pero no se lo ponen fácil. Si es innegable la contribución de los políticos al bien común, no es menos cierto que el espectáculo de la política no siempre es ejemplar. Eso desprestigia a los partidos porque no aparecen como instrumentos fundamentales en la vida pública.
Como suele decirse, si el partido político es un conjunto de compromisos, un partido bien organizado y bien dirigido sabe como establecer compromisos dentro de los mayores intereses posibles. La alternativa al compromiso, es la inacción en el mejor de los casos y en el peor la generalización del conflicto, interior o exterior. Desde luego, la función de los partidos no es la beneficencia: representan intereses, pero también valores. La confrontación política apela en ocasiones a instintos y a reflejos de la masa. Aun así, una sociedad cohesiva y sedimentada consigue que, por refracción, los partidos sigan el cauce oportuno.
Dick Morris, el mejor estratega de Bill Clinton, recalca que hoy en día un político no tan solo necesita apoyo público para ganar las elecciones: también lo necesita para gobernar. Es por eso que, en el mejor de los casos, el liderato es una «tensión dinámica entre la meta a la que un político cree que su país debe aspirar y la meta a la que sus electores desean llegar». Como acción moral, como contribución al bien común, gobernar significa tener a buen recaudo los viejos demonios de la Historia. Un descrédito expansivo de la política acabaría por negarnos el derecho a acudir a la plaza pública para hablar de lo que nos ocurre. A pesar de todo, la política importa. Lo contraproducente del hiperactivismo político es que en la vida hay otras cosas además de la política y que las veinticuatro horas del día han de dar para estas muchas otras cosas. Todavía no está clara ni es definitiva la sustitución de los absolutos ideológicos, por ejemplo. Hay política que sólo es poder, pero no toda la política es sólo poder, del mismo modo que la política es conflicto pero no siempre reducible a la confrontación de naturaleza hostil o interinamente bélica. Desafortunadamente, en la mayoría de países occidentales, la política pasa por una fase de descrédito, y no sólo porque hayan aparecido nuevos populismos demagógicos. Llegan en muy mala hora porque las democracias occidentales están bajo presión notoria al tener que afrontar nuevos desafíos de gran peso como son el terrorismo, las mutaciones demográficas, inmigración y nuevos choques culturales. Es en tales condiciones, poco favorables, que los gobiernos tienen que proteger a las sociedades de nuevos peligros, renovar el Estado de bienestar y dar fluidez a la inmigración sin generar una guerra cultural. El antídoto sería verse en una hora de política de la mejor, sin experimentos, basada en los equilibrios de la prudencia. En España, la democracia tiene su sólido anclaje en el liberalismo constitucional, pero los usos democráticos no son algo que pueda tenerse en cuenta un día sí y otro no. Incluso en el campo pragmático hay que trazar los surcos con buenas maneras. Valores e intereses son la amalgama que nutre la política, en la proporción de la ceniza y los diamantes.
Como suele decirse, si el partido político es un conjunto de compromisos, un partido bien organizado y bien dirigido sabe como establecer compromisos dentro de los mayores intereses posibles. La alternativa al compromiso, es la inacción en el mejor de los casos y en el peor la generalización del conflicto, interior o exterior. Desde luego, la función de los partidos no es la beneficencia: representan intereses, pero también valores. La confrontación política apela en ocasiones a instintos y a reflejos de la masa. Aun así, una sociedad cohesiva y sedimentada consigue que, por refracción, los partidos sigan el cauce oportuno.
Dick Morris, el mejor estratega de Bill Clinton, recalca que hoy en día un político no tan solo necesita apoyo público para ganar las elecciones: también lo necesita para gobernar. Es por eso que, en el mejor de los casos, el liderato es una «tensión dinámica entre la meta a la que un político cree que su país debe aspirar y la meta a la que sus electores desean llegar». Como acción moral, como contribución al bien común, gobernar significa tener a buen recaudo los viejos demonios de la Historia. Un descrédito expansivo de la política acabaría por negarnos el derecho a acudir a la plaza pública para hablar de lo que nos ocurre. A pesar de todo, la política importa. Lo contraproducente del hiperactivismo político es que en la vida hay otras cosas además de la política y que las veinticuatro horas del día han de dar para estas muchas otras cosas. Todavía no está clara ni es definitiva la sustitución de los absolutos ideológicos, por ejemplo. Hay política que sólo es poder, pero no toda la política es sólo poder, del mismo modo que la política es conflicto pero no siempre reducible a la confrontación de naturaleza hostil o interinamente bélica. Desafortunadamente, en la mayoría de países occidentales, la política pasa por una fase de descrédito, y no sólo porque hayan aparecido nuevos populismos demagógicos. Llegan en muy mala hora porque las democracias occidentales están bajo presión notoria al tener que afrontar nuevos desafíos de gran peso como son el terrorismo, las mutaciones demográficas, inmigración y nuevos choques culturales. Es en tales condiciones, poco favorables, que los gobiernos tienen que proteger a las sociedades de nuevos peligros, renovar el Estado de bienestar y dar fluidez a la inmigración sin generar una guerra cultural. El antídoto sería verse en una hora de política de la mejor, sin experimentos, basada en los equilibrios de la prudencia. En España, la democracia tiene su sólido anclaje en el liberalismo constitucional, pero los usos democráticos no son algo que pueda tenerse en cuenta un día sí y otro no. Incluso en el campo pragmático hay que trazar los surcos con buenas maneras. Valores e intereses son la amalgama que nutre la política, en la proporción de la ceniza y los diamantes.
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Saludos
RODRIGO GONZALEZ FERNANDEZ
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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Renato Sánchez 3586 of.10
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